Cuando uno es chico tiene una idea de ciudad como algo muy cuadrado, mecánico.
El ejemplo más claro es el de los dibujos animados, en el que se muestra las ciudades con movimientos casi automáticos, desde autos circulando con el ritmo que le permiten los semáforos, hasta obreros construyendo edificios con un ritmo aterrador.
Creo, sin embargo, que no hay nada más aleatorio y maravilloso que una ciudad. Esa máquina infernal que nos mostraban los animadores de nuestra infancia es un perfecto mecanismo de imperfección.
No hay dos vehículos que transiten por la misma calle a la misma velocidad, ni en el mismo carril, todos giran distinto, la gente camina a la velocidad que le permite su edad, tamaño y apuro.
No hay nada más impredecible que una ciudad. Su pulso es magnífico, aunque no sea precisamente un pulso. Pulso es, por definición, algo constante.
La ciudad es salvaje, es impredecible.
La ciudad es una gran inconstancia.
El ejemplo más claro es el de los dibujos animados, en el que se muestra las ciudades con movimientos casi automáticos, desde autos circulando con el ritmo que le permiten los semáforos, hasta obreros construyendo edificios con un ritmo aterrador.
Creo, sin embargo, que no hay nada más aleatorio y maravilloso que una ciudad. Esa máquina infernal que nos mostraban los animadores de nuestra infancia es un perfecto mecanismo de imperfección.
No hay dos vehículos que transiten por la misma calle a la misma velocidad, ni en el mismo carril, todos giran distinto, la gente camina a la velocidad que le permite su edad, tamaño y apuro.
No hay nada más impredecible que una ciudad. Su pulso es magnífico, aunque no sea precisamente un pulso. Pulso es, por definición, algo constante.
La ciudad es salvaje, es impredecible.
La ciudad es una gran inconstancia.
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