Friday, October 20, 2017

Respirar

Pocas cosas hay en el mundo tan retorcidas como el mundo de los sueños.

Si uno lo analiza dentro de los parámetros no académicos, hay que estar bastante complicado para soñar que uno corre por un prado en cámara lenta, mientras va reventando globos de colores y abriendo puertas que llevan a habitaciones en las que hay personas que uno no ha visto en jamás, parientes muertos, parientes vivos, voces, sonidos...

Ignacio estaba soñando y se despertó 
sobresaltado... no podía ser tan fácil. 

Con el tiempo, Ignacio había aprendido a encontrarle la vuelta a sus sueños.

En sueños había encontrado la forma de encarar a la que después fuera su novia, esposa, ex-esposa, pesadilla judicial, por ejemplo. Pero eso es otro tema.

Él sabía encontrar la enseñanza y el provecho en algunos sueños que otra persona hubiera descartado, o tratado de olvidar.


En éste caso puntual, su sobresalto se debía a un descubrimiento espectacular. En sueños, Ignacio había descubierto el método para aguantar la respiración debajo del agua durante muchísimo tiempo. Horas.

El método era sencillo: antes de sumergirte debía pensar en una frase. Cualquiera. Sumergirte y cuando empezara a sentir la incomodidad que te da la falta de aire, entonces empezaría a utilizar el aire que le demandaría el uso de cada palabra de la frase que había pensado antes de entrar al agua. Y funcionaba.

Primero probó con frases cortas, tipo "Puto el que lee", pero a la segunda vez se dio cuenta que una vez que usaba una frase, no podía volver a usarla... "no podía ser tan fácil", se volvió a decir, así que en sus pruebas incluyó un cuaderno en el que anotaba las frases antes de usarlas, cosa de no repetir ninguna.

Después empezó a probar con frases un poco más largas: fragmentos de canciones, citas de algún libro que había leído y recordaba bien, titulares de diarios. Todo servía y los tiempos de inmersión eran cada vez más prolongados.

Un día decidió probar suerte fuera de su casa, puesto que hasta ese momento, todas las pruebas habían sido en la bañera. La más lógica fue irse a una pileta.

Llevó su cuadernito de frases y se largó a probar. Un espectáculo.

Lo que no quería hacer era compartir su secreto. Estaba convencido que había sido un don y que, si lo compartía, el don se esfumaría con la misma velocidad que los espacios acuáticos se llenarían de entusiastas ahora-anfibios seres humanos.


Se anotó en un montón de cursos online, de esos que te ayudan a memorizar, quería explotar su habilidad al máximo, le gustaba estar dentro del agua, esa lentitud que tenemos dentro del agua le daba paz. Y él adoraba sentir esa paz.
Hasta que un día no se lo vió más... dejó de frecuentar los lugares a los que iba, dejó de ir a su trabajo, abandonó sus cuentas en las redes sociales.

Cuando la policía irrumpió en su departamento, encontró libros. Muchos libros subrayados, anotaciones inentendibles para ellos, fotos y un gigantesco planisferio pegado en una de las paredes.

En el mapa estaban marcadas las principales corrientes marinas de los océanos de todo el mundo. También había un cuadro con los horarios de las mareas de distintos lugares.

Además había una carta en la que pedía que no lo buscaran, explicaba que se iba de viaje, sin fecha de retorno ni destino. Que era feliz y que esperaba que todos fueran felices por él.


Algunos familiares y amigos lo buscaron un tiempo, pero sin celular ni redes sociales pronto se cansaron, o se convencieron que cuando alguien no quiere que lo encuentren, no hay forma de encontrarlo. Y lo dejaron en paz. Esa paz que tanto disfrutaba cuando se sumergía en la bañera de su casa.




Respirar

Pocas cosas hay en el mundo tan retorcidas como el mundo de los sueños. Si uno lo analiza dentro de los parámetros no académicos, hay que...